martes, 16 de agosto de 2011

Reinvientar el cristianismo

De tanto que se habla sobre el Papa en estos días, hay que reconocer que el tema clerical comienza a ser, de manido, hastioso. Sin embargo, supongo que para los que no podemos evitar ir a trabajar en esta tercera semana de agosto, el aluvión de peregrinos que superpuebla las calles de Madrid se nos antoja molesto, ridículo y ofensivo.


No pretendo comenzar una cruzada contra los cristianos, pues aparte de inútil y a destiempo, me resulta contraria a mi forma de pensar. Admito ser agnóstica, por lo que admito ser profeta única de mi propia moral, ya que los adoctrinamientos que dirigen terceras personas me parecen, en pleno siglo XXI, retrógrados y, por qué no, inmorales en sí mismos (no me refiero a las ideas que puedan transmitir, sino al hecho formal de intentar educar la moral de otros en nombre de un ser supremo que ni siquiera está demostrado que exista). No obstante, pese a mis esfuerzos por respetar a esta inmensa concurrencia que veranea por un módico precio en las asfixiantes calles de la capital, me resulta inevitable divagar sobre la necesidad que les urge de reinventar sus dogmas para hacerlos creíbles.


Partiendo de la base, las directrices que marca el Cristianismo son, a grandes rasgos, diez: los diez mandamientos que un lejano día Moisés esculpió en piedra en el Monte Sinaí (tomemos esta historia como cierta, pues su veracidad en esta reflexión es irrelevante). Ahora bien, supongo que para ser un buen Cristiano y venir a las JMJ 2011 con la conciencia tranquila y poder defenderla con fervor, tanto los peregrinos, como la cúpula eclesiástica, como los encargados de recibir a la comitiva deberían seguir estar directrices.


El primer mandamiento establece que "Amarás a Dios sobre todas las cosas", y aunque no creo que Dios tenga forma de Euro o de capitalización bursátil, es un mandamiento que no voy a poner en tela de juicio, puesto que lo que haya dentro de los corazones de los cristianos es algo que sólo Dios puede ver.


El segundo mandamiento establece que "No tomarás en nombre de Dios en vano". Quizás a muchas personas sí les influyan las opiniones que Ratzinger pueda verter sobre la legislación española, pero en todo caso lo que piense el Papa respecto a la Ley del Aborto o la Ley del Matrimonio homosexual es de fútil importancia para el Congreso. Por tanto, sin centrarme en que es una somera falta de respeto que un Jefe de Estado venga a otro Estado a dudar acerca de la valía de sus leyes, el resultado es que Benedicto probablemente usará el nombre de Dios para polemizar más que para alcanzar soluciones a lo que él considera vacío espiritual.


El tercer mandamiento establece que "Santificarás el día del Señor". ¡Y tanto que lo santificarán! Para la comida que se está preparando para reunir al sumo Pontífice con los Cardenales de España, en un menú de tan sólo tres platos se degustarán un vino blanco (para el primero), un vino tinto (para el segundo) y un vino dulce (para el postre), con el aderezo especial de gelatina de gin tonic y gominolas de cerveza. Desde luego, si eso no significa santificar, que venga Dios y lo vea, porque como mínimo saldrán cantando el Alabaré con ritmo de conga. 


El quinto mandamiento (me salto el cuarto porque es el de honrar al padre y a la madre, y reconozco la carestía de información) establece que "no matarás". Entrar al trapo con lo de las Guerras Santas después de tantos siglos considero que no tiene sentido, pero me pregunto el número de personas que habrá muerto de Sida por la prohibición explícita de la Iglesia de utilizar preservativos. Puede que no sea directamente, pero cercenar las conciencias también podría considerarse como matar.


El sexto mandamiento establece que "No cometerás actos impuros". Este tema es muy escabroso y la pedofilia me pone los pelos de punta, así que voy a saltármelo.


El séptimo mandamiento establece que "No robarás". Aquí tampoco voy a poner en duda si la Iglesia ha obtenido todos sus bienes materiales de forma lícita o no, únicamente voy a dejar caer que amedrentar y consolidarse gracias a la mentira supone un hurto más grave que el exclusivamente monetario: el hurto de la conciencia, de la dignidad y del individualismo.


El octavo mandamiento establece que "No mentirás". En este párrafo prefiero que sean Adán y Eva los que dejen su testimonio.


El noveno mandamiento establece que "No consentirás pensamientos ni deseos impuros". Idea íntimamente relacionada con la que no se desarrolla en el mandamiento número seis, por lo tanto correré un (es)tupido velo.


El décimo y último mandamiento establece que "No codiciarás los bienes ajenos". Supongo que sería lógico hablar de las riquezas de la Iglesia y cómo se han ido haciendo con ellas a lo largo de la historia. La verdad es que yo eso podría hasta excusarlo, puesto que la codicia del ser humano, como bien queda demostrado gracias al capitalismo agresivo en que estamos sumidos, no tiene fin. Sin embargo me pregunto para qué querría esta milenaria institución tantos libros y documentos como han ido requisando a lo largo de la historia, mientras las bibliotecas y centros de lectura han brillado por su ausencia... ¡Ah, ya lo tengo! Han codiciado la sapiencia de los pueblos, su bien cultural trasvistiendo siglos de poder en ignorancia popular. ¿Se refería Moisés sólo a bienes materiales?


En fin, que llegados a este punto y comprobando cómo la Institución Eclesiástica se cae por su propio peso, ahora mismo sólo quedarían dos alternativas posibles:
1. Cambiar inmediatamente la forma de actuar e intentar que haya consonancia entre lo que se dice y lo que se hace.
2. Cambiar los mandamientos sobre los que regir la moral ya que es evidente que estas obsoletas directrices no las sigue ni Dios.


Sin embargo, mucho dudo que los hábitos de tantísimos millones de personas vayan a cambiar, y mucho menos de aquellos que se suponen los elegidos por Dios. Por tanto, ofrezco una alternativa a tanta incongruencia que es mucho más fácil de lo que parece. Sólo consiste en interiorizar un nombre nuevo que los defina mejor y abandonar las arcaicas palabras que definen algo que no es verdad. Porque por muy malsonante que parezca, el nombre que define a esta religión no es el cristianismo, sino el HIPOCRIstianismo.

1 comentario: