lunes, 1 de agosto de 2011

El bucle del desvalido

Esta mañana estaba saliendo del metro en Cuatro Caminos, y me han intentado robar.
Iba tan tranquila, con mi música, a punto de subir las escaleras que dan a Reina Victoria y he notado un movimiento raro en el bolso, y al darme la vuelta cuál ha sido mi sorpresa al ver a un chico detrás, de unos veinte años, haciendo un movimiento sospechoso. Se me ha hecho evidente que estaba intentando abrir la cremallera del zaguán de mis tesoros cotidianos, así que me he puesto a gritar como una energúmena (por supuesto, como buena reacción en mí esperada me he cagado en Dios dos veces) diciéndole que qué coño hacía (literalmente), y le arrollado con una embestida en el torso que le ha hecho retroceder dos o tres pasos.
Acto seguido he continuado mi camino como si tal cosa, aunque he de reconocer que me temblaba el pulso, y al girar la esquina he visto al veinteañero pseudo-delincuente (al menos en este caso) sentado en un poyete de un banco como si tal cosa, con un par de colegas a los que probablemente les comentaba la jugada.


Al tomar el autobús que me dirige al agradable despacho donde desempeño mi labor de becaria por un módico precio me ha dado por pensar en la situación, y he llegado a la conclusión de que es cierto eso de que el que menos tiene es al que más le roban, y no es de recibo atribuirle escándalo tal únicamente a nuestra querida Hacienda pública y su sistema retributivo.


Este incidente ha ocurrido a eso de las 8 y media de la mañana, de un lunes, en agosto. El haber visto al chaval con sus adláteres al girar la esquina el autobús me ha dado por pensar que probablemente estaban esperando a que pasara un poco el revuelo (mis gritos realmente han formado un poquito de escándalo) para volver a sumergirse en el metro buscando otros bolsos donde meter la mano. Madrugan para robar, pues ese es su trabajo.


Yo no es que quiera hacerme la víctima, pero me pongo de ejemplo porque describir mi situación es describir la situación del joven español (por lo general indignado) que incluso sería correcto admitir que ha tenido un poco de suerte. Estoy haciendo prácticas y obtengo remuneración por ellas (¡juhu, ni si quiera me da para pagar el alquiler!), como tengo el vicio de comer tres veces al día también soy camarera (¡fenomenal, tengo que dar gracias por tener 25 años y un trabajo mal pagado!), pero al menos me llegan los euros para a fin de mes para comprarme el abono-transportes (¡bien, accedo al lujo de ir hacinada sudando la gota gorda porque por la crisis no ponen aire acondicionado en los servicios mínimos de agosto!).
Y justamente hoy, a punto he estado de quedarme sin lo único de valor que llevaba en el bolso, porque supongo que mi tarjeta de débito a -50 euros no tiene mucho de dónde sacar...


Y esa es la realidad, los que tienen pasta se pagan la videovigilancia 24 horas en sus casas, van al trabajo (si es que trabajan) en cochecito con plaza de garaje en sus respectivos destinos, los carteristas husmean a la gente que no tiene dinero para coger un taxi, los asaltadores suelen atracar por los barrios obreros (porque yo curro en el Barrio de Salamanca y habrá mucho pijo, pero se camina tranquila), y los curritos que nos encargamos de levantar el puñetero país a diario, somos los que más pagamos (en precios relativos) al hacer la declaración de la renta. ¡Claro que si tuviera dinero lo metería en una cuenta en Suiza! Pero para los que no lo tenemos, nos tenemos que conformar con los servicios de Bankia que te aportan, en el mejor de los casos, un 0,5% de interés más los 20 euros que te cobran por mantenimiento de tarjeta (lo que unido al maravilloso salario de putiempleado te hace perder dinero todos los años).


¡Menos mal que vivimos en un Estado de Bienestar!

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