Después de dos semanas de vacaciones en el extranjero, perdida en las montañas y playas circundantes al Rif, llegar a España para leer los periódicos y actualizar el blog se había convertido en una de las actividades que más deseaba realizar. El primer interrogante es claro: ¿sobre qué asunto quiero yo escribir? Las posibilidades se alzan casi ilimitadas.
La economía sigue siendo primer plano: el banco malo es un hecho, el Ibex ha alcanzado al fin los 7.500 puntos básicos, la prima de riesgo ha conseguido caer por debajo de los 500 puntos y el Gobierno espera ansioso el rescate. En la política internacional, Assange comparece junto a Garzón, EE.UU. comienza una campaña electoral candente, la situación en Siria no sólo no mejora sino que cada día se agudiza una guerra civil donde sus actores son cada vez más obstrusos, en Afganistán se suceden los atentados contra convoyes extranjeros, y la libertad de expresión en Rusia solo refleja la cara de la censura. Y mientras, en España, todos los debates giran en torno a la excarcelación de Uribetxeberria y las relaciones del Gobierno con los presos de ETA, quizás para que la opinión pública no conjeture respecto a los nuevos ajustes que Rajoy deberá realizar para obtener el rescate.
El tema que más puntos obtenía para escribir sobre él se centra en la libertad de expresión: tres de las Pussy Riot han sido condenadas a dos años de cárcel por una canción subversiva contra Putin, suceso que revela la voluntad censora del Gobierno ruso respecto a la disidencia. Sin embargo, esta mañana he visto en Twitter una noticia de Telecinco que me ha dejado impactada: Basagoiti defiende el "periodismo independiente" de Ana Pastor. De ahí he deducido que la periodista dejaba los informativos, así que presta a investigar he descubierto que el pasado 3 de agosto Ana Pastor fue cesada de Los Desayunos de TVE.
El sentimiento que me ha embargado es de tristeza absoluta, puesto que el panorama periodístico en España es cada vez más negro, y la desesperanza de los que ansiamos dar cobertura informativa en estos momentos que tan necesaria es va extendiéndose a lo ancho y largo de nuestra minada capacidad de acción. La pluralidad informativa se encuentra tapiada, y el panorama laboral cada vez más enclaustrado y obstruido, menos libre. El periodista en España no trabaja para el público, sino para la oligarquía que ostenta el poder.
Cuando el Partido Popular ganó las elecciones el pasado noviembre, ya se sabía que Ana Pastor no duraría mucho tiempo en Los Desayunos de TVE, ya se conjeturaba sobre su futuro profesional. Los meses fueron transcurriendo y ella siguió trabajando como siempre, dando qué hablar gracias a las preguntas incómodas dirigidas a sus entrevistados, cuestionándolo todo, interpelando con una profesionalidad sublime. Al PP esta actitud le hacía sentir incómodo, le hacía sentir atacado, en parte quizás por esa arrogancia que ha ido demostrando los últimos meses, por esa prepotencia que le ciega y gracias a la cual no es capaz de ver que no es el único en escena, que no posee la exclusividad del cuestionamiento de sus acciones. Existen más partido políticos, más agentes sociales, más personalidades públicas que han ido a Los Desayunos a defender sus posturas bajo el mismo rasero, pero eso al Partido Popular parece no interesarle, se convierte en nimio; al fin y al cabo, la profesionalidad periodística no renta en tiempos de crisis económica.
Vivimos en un país en el que el periodismo no es un arma de contrapoder, no es un regulador que mide la salud democrática, no es un contextualizador histórico, ni siquiera es una potestad social. Vivimos en un país en el que el periodismo es un arma de perpetuación política, un blasón propagandístico y servil que se escuda en defender los intereses del poder y legitimar los errores automatizados y los vicios heredados del caciquismo decimonónico.
Vivimos en un país en el que la mayoría de la prensa actúa como órganos de partido, en el que la banalidad reina en la televisión, en el que la ignorancia se extiende con forma de cultura patria, en el que la disconformidad se tacha de extremismo antisistema y en el que las inquietudes se travisten de pedantería. Vivimos en un país en el que triunfa el corrupto, se evade al ladrón, se alaba al incompetente, se premia al lisonjero, se embiste al indefenso y se cesa al que tiene voz para denunciarlo. En definitiva, vivimos en un país que no es España, sino que ñapa es.
El cese de Ana Pastor en TVE es un duro golpe al periodismo independiente, combativo y ejercido con profesionalidad, y el problema no radica en el asesto en sí, sino en que éste hila con una cadena de bandazos informativistas que no cesa de prolongarse. Sin embargo, hay hechos que hacen ver la luz al final del túnel: que Basagoiti, político de un partido tan corporativista como el PP, sea capaz de elogiar el trabajo de Ana Pastor y de criticar la politización del ente público constituye no sólo una postura loablemente atrevida, sino que además supone una actitud honesta de un miembro de la casta política, y esa actitud que actualmente brilla por su ausencia es, quizás, la luz al final del túnel.
No hay que olvidar que las elecciones vascas se aproximan y cualquier declaración política está íntimamente estudiada, aunque yo, personalmente, prefiero confiar en la integridad de Basagoiti (el presidente del PP vasco me ganó un poquito con sus declaraciones sobre la polémica desatada por Aguirre respecto a la final de la Copa del Rey). De la misma forma, no hay que olvidar que el tiempo ha de poner a cada uno en su sitio, por lo que confío en que Ana Pastor pronto esté ejerciendo una profesión que tan carente de periodismo -real- se encuentra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario