Desde que llegó la crisis se habla de la generación perdida, de los sueños rotos de miles de jóvenes que estudiaron pensando en tener un futuro mejor. No sentimos estafados, cercenados, decepcionados y limitados, y estos sentimientos se pueden extrapolar a otro sector de la sociedad al que también se miente a diario: las mujeres. Nos hacen creer en la igualdad, en la equidad, en la superación del machismo institucional que no hace tanto caracterizaba nuestro país; y, sin embargo, la ecuanimidad entre hombres y mujeres no es más que un castillo en el aire, una vana ilusión que se destruye a cada paso que damos.
Pudiera disertar sobre la discriminación sexual en el ámbito del hogar, en las empresas, en los puestos directivos, en los salarios, en la política... Pero no, hoy la reflexión versa sobre algo que pasa quizás más inadvertido, pero es desde luego un atropello a la dignidad de las mujeres: el mundo del deporte.
La semana pasada comenzó con un hecho que me pareció increíblemente inverosímil: las portadas de los periódicos deportivos ilustraban a todo color la derrota de la Selección española ante Brasil en la Copa Confederaciones. Este hecho podría ser lógico en otro momento, pero la razón de su incoherencia es que el domingo no sólo se perdió la final de la Copa Confederaciones, sino que la Selección española de Baloncesto ganó a Francia la final del Eurobasket femenino. Marca, As, Mundo Deportivo y Súper Deporte dedicaron un pequeño titular a la victoria de nuestras campeonas; Sport ni siquiera lo mencionó en portada. Es decir, que la prensa de nuestro país otorga más notoriedad a perder un campeonato (masculino) de tercera categoría que a la victoria de la competición más importante del baloncesto (femenino) en Europa.
La mayor tristeza que puede cristalizar este hecho periodístico es que hayamos normalizado la gran diferencia que existe entre el deporte de mujeres y el deporte de hombres, pero al no tratarse del mismo deporte, hasta cierto punto podría entenderse la desigual significación que se le otorgó a los dos torneos. Sin embargo, la semana pasada llegó a mí otra noticia -de mucha menor envergadura- que me hizo repudiar hasta el extenuamiento la masculinización del mundo del deporte: la desaparición de la categoría femenina senior del club de fútbol Santa María Caridad.
El S. M. Caridad es un club pequeño, de barrio, en el que la gente se apunta para estar en forma, para aprender a jugar al fútbol y para pasar un buen rato los domingos. Es un club que, por lo que tengo entendido, está atravesando dificultades económicas, hecho que le ha obligado a prescindir de una de las categorías. Es un club que duplica la categoría masculina juvenil, que duplica la categoría masculina cadete, que duplica la categoría masculina infantil y que duplica la categoría masculina alevín. Es decir, el S. M. Caridad es un club que tiene 12 categorías masculinas (dos juveniles, dos cadetes, dos infantiles, dos alevines, una benjamín, una prebenjamín, una chupetín y una aficionado) y 2 categorías femeninas (sub 13 y senior), y a la hora de prescindir de una de ellas, ha decidido hacerlo con la femenina senior. Y lo peor no es este claro ataque al fútbol femenino por parte del club, lo peor es la bochornosa actitud que tomó la directiva a la hora de comunicar esta noticia a sus jugadoras: no transmitiéndoselo, sino enviando al entrenador a hacer el trabajo sucio.
El S. M. Caridad es un club en el que sus miembros pagan cuotas por jugar al fútbol, pero la decisión de acabar con la categoría femenina senior se tomó de forma absolutamente vertical, sin opción a réplica. Se aducieron causas económicas pero no se dieron alternativas, no se planteó a las jugadoras una subida de las cuotas, no se buscaron opciones para intentar mantener el equipo de mujeres, en este club deportivo no se hizo nada para intentar salvar al deporte, sino que se optó por la vía fácil y rápida: aniquilar el deporte femenino.
La honorabilidad de un club deportivo no deviene de los títulos que obtenga, ni de los campeonatos que gane, ni de la calidad de sus deportistas. Con los títulos se consigue jerarquía, pero no admiración. La dignidad de un club deportivo se demuestra a través de su compromiso con el deporte, de su responsabilidad para con sus miembros, de su trato digno hacia TODOS sus deportistas y, obviamente, hacia TODAS sus deportistas, de su identificación con valores como la igualdad, el esfuerzo y el respeto. La honorabilidad de un club deportivo no se demuestra ganando, sino apostando por el deporte, y es en este punto donde he de decir que el Santa María Caridad no sólo no es venerable, sino que a través de la afrenta que ha realizado hacia sus féminas, podría calificarse de indigno.
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