Se acerca el segundo aniversario del movimiento 15-M, y muchas son las valoraciones que de este bienio se publican estos días. Para sus detractores, ha perdido fuerza y se ha desvirtuado una iniciativa con alguna que otra idea buena pero un mal encauzamiento; para sus defensores, continúa un camino empedrado de obstáculos que ha ido consiguiendo alguna que otra meta.
Recuerdo nítidamente los días precedentes a aquel 15 de mayo de 2011, y recuerdo nítidamente los días posteriores. Algo más de un mes antes, el 7 de abril, Juventud Sin Futuro había convocado una manifestación cuyo lema principal era "Sin casa, sin curro, sin pensión, SIN MIEDO". Asistimos varios miles, y para lo que hasta entonces solían ser las protestas callejeras, podría decirse que estuvo muy concurrida. Como había sido jueves, la convocatoria para la manifestación del 15 de mayo, domingo, se planteaba con ilusión y con ganas, con la esperanza de copar las calles de Madrid gritando que este sistema cercenaba el futuro de muchos jóvenes, y que los jóvenes no estábamos de acuerdo.
La tarde del 15 de mayo de 2011 hacía un calor asfixiante, coleteaba la primavera dejando atisbar lo que iba a ser un caluroso verano de gran calado social. El ambiente era festivo, jovial, y los más sorprendente: muy, muy concurrido. La desesperanza que generaba el paro, la sobrecualificación laboral, la imposibilidad hipotecaria, el futuro limitado y todas las situaciones habituales que generaron la protesta, fue sustituida por la ilusión de quien cree estar haciendo algo grande, de quien sueña con ver más allá de las paredes sistémicas con las que se chocan nuestros anhelos, de quien es consciente de que esta sodomización institucional es colectiva.
Después de la marcha y la lectura del manifiesto, muchos de nosotros decidimos sentarnos en Sol a echar un rato. Recuerdo cómo vimos correr a una multitud calle Montera abajo, recuerdo el ruido de las pelotas de goma, recuerdo el pánico inexplicable que provocaron las fuerzas de seguridad del Estado en un día jovial y festivo. Recuerdo el moratón que tenía Aida en la pierna por una pelota de goma, recuerdo que Yoanna fue a la manifestación a hacer unas fotos para un trabajo (estudiaba periodismo) y que se despertó en un hospital con un porrazo en la cabeza... Se estaba metiendo al metro para irse a casa pero la policía pasaba por ahí. También recuerdo cómo, ante la incomprensión de la reacción desmedida que tuvieron los antidisturbios, hubo personas que decidieron quedarse en Sol a modo de protesta.
Recuerdo las imágenes de cómo les echaron de madrugada, recuerdo que volvieron, y que reiteraron su expulsión efectuándose alguna detención. Recuerdo cómo las redes sociales difundieron una concentración en Sol para el martes 17 de mayo, en solidaridad con los acampados frustrados, y recuerdo que cifraron la asistencia en unas 15.000 personas. Yo diría que el verdadero movimiento 15-M nació ese martes, cuando la gran multitud allí aglomerada se sorprendió, incluso, de ser tan multitudinaria, cuando realmente hervía el sentimiento de poder cambiar las cosas, de que era posible acelerar el rumbo de una revolución pacífica que hiciera real lo que nos estaban robando: el Estado de bienestar.
La gente empezó a organizarse, se crearon comisiones, los acampados se multiplicaron y los simpatizantes que no llegamos a acampar íbamos a Sol todas las tardes, así como un sinfín de personas de todas las edades que se acercaban para decir cosas como: "enhorabuena, yo no confiaba en la juventud y me habéis sorprendido", o "esto es el comienzo, esto es el comienzo". La fecha clave era el viernes 20 de mayo: a las 24:00 horas comenzaría la jornada de reflexión previa a las elecciones autonómicas del 22 de mayo de 2011, y cualquier propaganda o consigna política se consideraba ilegal en dicha jornada. Sin embargo, había convocada una concentración para esa hora, lo que suponía un órdago en toda regla al ministerio del Interior y a la Delegación del Gobierno de Madrid. La expectación era máxima.
Llegó el viernes, pasó la tarde -con más movimiento que los días anteriores- sin ningún altercado, cayó la noche y cada vez éramos más los allí reunidos. Se hicieron las 00:00, y de repente un silencio atronador barrió de punta a punta la Puerta del Sol de Madrid. Dicen que estábamos unas 30.000 personas, y yo, testigo, aseguro que todas estábamos en silencio, con las manos en alto moviendo las palmas en señal de protesta. Mis lágrimas de emoción no impidieron que vislumbrase muchas más lágrimas de emoción, el sentimiento que allí vivimos muchos es indescriptible, la sensación de estar cambiando el rumbo de un país era real.
Sin embargo, los críticos al movimiento no tardaron en aparecer, las marionetas del sistema no tardaron en acusar, los medios de comunicación lacayos no tardaron en difamar, las fuerzas de seguridad no tardaron en agredir, los partidos políticos no tardaron en sentir el miedo de la ciudadanía y, en definitiva, sobre el movimiento 15-M cayó la losa de la injuria y la descripción cobarde del que ve peligrar su estatus: de los miles de jóvenes que estuvimos allí protestando, de los miles de jóvenes que apoyaron esas protestas a lo largo de toda la geografía española y alrededor de todo el Mundo, se convirtió -mediáticamente- al 15-M en un movimiento sectario de perroflautas, piojosos y muertos de hambre.
Ahora, dos años después, se intenta deslegitimar al 15-M diciendo que no ha conseguido hacer nada en todo este tiempo. Independientemente de los logros constatables que se han alcanzado, no se debe olvidar lo más importante: el 15-M sembró el germen de la protesta ciudadana, el 15-M ayudó a perder el miedo, el 15-M recordó que democracia significa que el pueblo es soberano y, en definitiva, el 15-M abrió el camino para comprender que esto no es una crisis, es una estafa.
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