“Le aseguramos nuestra oración para que el Señor le conceda su luz y su fuerza en el desempeño de las altas responsabilidades que le encomienda el pueblo, al servicio de la paz, la justicia, la libertad y el bien común de todos los ciudadanos”. Así le expresan su apoyo el arzobispo de Madrid, Rouco Varela, y el portavoz de organismo episcopal, Martínez Camino, al nuevo presidente del Gobierno de España.
Sin embargo, en esta misiva en que hablan de paz, justicia, libertad y bien común, parece que los autodenominados “ministros de pastores del Pueblo de Dios” se han olvidado de la libertad de elección de los homosexuales que probablemente no podrán casarse dentro de poco, de la justicia para aquellos que no pueden valerse por sí mismo y que se hundirán en la miseria más absoluta tras la derogación de la Ley de dependencia, de la libertad de elección en la oferta educativa para las familias con menos recursos, de la libertad de culto en un país constitucionalmente laico…
Rouco, además, explicita que el problema de la corrupción y de la búsqueda del propio interés anteponiéndose al bien común es causa del relativismo y del olvido de Dios. Quizás a nuestro querido arzobispo se le ha olvidado que los problemas más graves de corrupción, prevaricación urbanística y cohecho se encuentran en las filas del partido que aboga por la confesionalidad (católica) del Estado español, aunque sea de una forma indirecta. El ejemplo más claro lo tenemos en Madrid, donde la señora Aguirre prefiere subvencionar colegios de curas que colegios públicos.
Dice Rouco que el olvido de Dios también deriva en el desprecio por la vida humana, a lo que yo añado que tanto recordar a Dios, al pobre presidente de la Conferencia Episcopal Española se le olvida que el candidato al que ofrece su apoyo incondicional desprecia la vida dependiente, que aunque con mayores dificultades que otras vidas, también debería considerarse humana.
Por último, Rouco abomina de la instrumentalización y deterioro de la educación, a la vez que habla de sus planes de evangelización “cuyo punto crucial debe dirigirse a resolver lo que el Papa ha llamado emergencia educativa”. Respecto a esto no voy a añadir nada, puesto creo que la contradicción es patente en sí misma.
Lo que me escandaliza de esta misiva no es que los que se creen con autoridad moral para dar lecciones flojeen en su propia moral, ni siquiera me escandaliza que las afirmaciones sean de principio a fin contradictorias. De hecho, ya ni me sorprendo por la injerencia que supone esta misiva en la vida política, pues en un país constitucionalmente laico no debería haber contacto entre poderes eclesiásticos y miembros del Gobierno. Pero me asusta de veras la consciencia de saber que dentro de poco estos predicadores de la moral tendrán más poder del que deben, y que la tecnocracia, la Iglesia y la política caminarán de la mano para conseguir sacar a España de la crisis y volver a reconstruirla como una, grande y libre.
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