Desde luego era demasiado complicado para Estados Unidos mantener a Bin Laden con vida en los tiempos que corren. Demasiado tienen ya con Guantánamo. Demasiado tienen ya con las revueltas árabes. Demasiado tienen ya con la guerra de Libia. Demasiado tienen con lo que, muy a su pesar, hay que definir como terrorismo de Estado.
Me pregunto cuánto vale un ser humano. Me pregunto cuántos afganos han tenido que morir a cambio del atentando de las Torres Gemelas para que ahora se termine la historia con un simple balazo. Me pregunto por qué esa prisa para deshacerse del cadáver. Me pregunto por qué para los estadounidenses valen más los civiles de Libia que los de Siria, o los de Afganistán, por poner dos ejemplos fáciles.
Me pregunto por qué es justo ahora, en mitad de las revueltas árabes, en mitad de una crisis por las declaraciones de WikiLeaks respecto a Guantánamo, en mitad de una ferviente defensa de Estados Unidos por la vida de las personas, justo ahora, cuando al fin se encuentra a Bin Laden, se pretende conservar su vida pero se va a por él a bocajarro, y su cadáver acaba esfumándose en el mar. A los señores defensores del Estado de Derecho habría que decirles, por muy políticamente incorrecto que suene, que lo que han hecho no es alcanzar una victoria, sino cometer un asesinato.
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